
Reflexiones de un guía privado en la Alhambra en tiempos de aislamiento
Que las palabras ruta y ritual compartan cuatro letras no debe ser casual. Cuando eres guía privado en la Alhambra, o donde sea, trabajar es un rito. Te presentas, repartes entradas, miras la hora de entrada y realizas siempre el mismo camino con explicaciones muy parecidas. Al principio requiere muchísima concentración , muchos datos, muchas fechas, la ciudad se hace grande para explicarla en cuatro horas. Las primeras preguntas son las más temidas, porque todo es tan amplio que tienes que estar conteniendo el aliento todo el rato como un cazador que no sabe por donde va a saltar la presa.
Pero poco a poco, día tras día, todo se automatiza. Las explicaciones se pulen y el abanico de preguntas comienza a sonar familiar: «quien hizo tal», «¿esto es cristiano?», «¿este piso es original?». Acabas conociendo a tanta gente que sus nombres y sus caras se difuminan. Ese es un punto de inflexión bastante crítico para un guía privado en la Alhambra porque podría matar el interés y aburrir al emisor, como muchas veces pasa, convirtiendo la ruta en tortura (que me den un euro por cada guía aburrido de su trabajo que todos hemos tenido que sufrir).
Sin embargo la repetición pule la técnica mucho más allá de lo que se considera razonable o perfecto. La gente que ha hecho artes marciales repite «katas» durante años. Siempre la misma serie de movimientos, una y otra y otra vez, pim, pam, pum. Incluso después de aprenderlos, incluso después de aburrirlos, de adolecerlos, sigues repitiendo. Y sigues perfeccionando, casi contra tu voluntad. Cuando llevas diez años repitiendo esa secuencia la secuencia acaba formando parte de una especie de meditación ritual, donde todo se acaba acompasando.
Una vez repetida hasta la saciedad, la ruta pasa a ser esa meditación .
Donde se pasea por los monumentos y espacios de las ciudades con la misma gente repitiendo suras que ya se conocen. Se acaba aprendiendo a controlar las respiraciones, los énfasis (e incluso los chascarrillos y las anécdotas) y aunque estudies muchísimo de temas muy específicos en relación a un monumento, los rituales son muy parecidos. Y eso te permite dejar tu papel de guía privado en la Alhambra y tener un segundo plano donde te puedes tomar el lujo de disfrutar del monumento, del alrededor, plantearte que vas a hacer cuando la ruta acabe.
A lo largo de dos años los monumentos que visito se han convertido en mis templos, en un hogar que no ves bajo el peso de la admiración, sino con la confianza de lo doméstico del volver a casa.
Sin embargo hasta los muebles tienen traseras.
Espacios que habita la mugre y que no existen en esa cotidianeidad. A veces en el ritual turístico, se abre una puerta que no estaba abierta, se ve una restauración entre plásticos o una persona con una mirada especial te pregunta sobre un detalle nuevo. Y esto rompe el ritual para recordarte que sitios como Granada, o el Alcázar, los museos de Málaga o las catedrales, no tienen dueño, no son de nadie. Entonces se redescubre esa admiración, tu propio rumiar interno se acompaña al monumento.
Me encantan las preguntas inusuales, por muy estúpidas que puedan sonar o muy enrevesadas. Me hacen ver que mis ojos de guía privado en la Alhambra no tienen toda la verdad. Que no solo la pregunta es importante sino el camino que ha llevado a ella, el origen de ese pensamiento. Tal vez ese origen esté en un remoto pueblo americano, o en una capital ajetreada de Asia a la que por un segundo me traslado. Porque los nuevos puntos de vista son los que llevan a nuevas formas de ver y comprender un monumento.
Cada rotura de amarres trae corrientes que siempre son bienvenidas entre ritual y ritual. Espero que todo este encierro pase y poder volver a meditar a mis templos cuanto antes.