Long-term parking. Arman (1982) ©Vintage-everyday.com

Sobre lo absurdo y la interacción de disciplinas con un café de media tarde.

Me chiflan las periferias. Los remixes disciplinarios, los puntos donde dos polos opuestos, parejos o yuxtapuestos se tocan.

Puede que aquellos refritos de temazos en mala calidad que escuchaba de adolescente fueran el comienzo. A día de hoy desde los artistas multidisciplinares hasta en los crossover de las series de cuarentena, la suma de disciplinas me parece la colisión donde nace lo nuevo. Es curioso ver como interpretan los grandes pintores la escultura o el ready made, o como arquitectos consagrados se lanzan a la música:

En esos affairs aparecen objetualidades extrañas, muchas veces absurdas o monstruosas que no aprecian ni sus autores. Pero en esas mezclas de Coca-cola y Fanta ocasionalmente aparecen brechas que abren caminos nuevos. Especialmente me gustan las interacciones que a lo mejor no son estrictamente canónicas o no comulgan con lo considerado como las grandes plataformas de creación. Y es que puede haber más escultura en la forma de preparar una hogaza de pan que en la que puede haber tallando mármol, o puede haber más cantidad de arquitectura depositada a la hora de crear un escenario de un videojuego que en muchas de los paisajes urbanos en acuarela que se venden a precios desorbitados bajo el nombre de un ilustrador instagrameable.

¿Se medirá algún día la cantidad de disciplina de algo creado?

Muy de tarde en tarde me acuerdo del momento en la carrera en el que me enseñaron que la cantidad de olor se podía medir. Cálculos a caballo entre los abstracto y lo cómico, donde me encontraba muchas veces en un dilema entre lo absurdo de medir algo inconmensurable pero sensible, y entre lo obvio de ver que características como la temperatura o la humedad, se cuantificaban desde hacía siglos. Me preguntaba si eso podría hacerse con cosas aún más abstractas.

Y es que hay muchos lugares donde casi se podría medir la cantidad de arquitectura que el creador ha aplicado a la creación.

A lo mejor ésta podría radicar en la relación con la forma que tiene ese objeto de ocupar un espacio, o de ser ocupado. No habría que olvidar la función y su relación con la forma, que podría medirse con un porcentaje o con una escala como la de Mohs en los minerales. Que tal si el máximo es la cafetera italiana y el mínimo un edificio cualquiera de Calatrava (de los que queden en pie, claro).

Y aunque se suele relacionar la arquitectura con lo inmueble, está prácticamente asumido que todo aquello que conocemos como mueble, es también parte de la arquitectura. ¿Al asumir lo mueble como parte de la arquitectura, donde acaba lo mueble y empieza lo objetual? ¿Y que cantidad de arquitectura puede tener un material? ¿O lo gestual? ¿Se podría decir que una estructura molecular es lo perfecto entre forma y función y por tanto posee mucha arquitectura?

Que puñetera es la obsesión por medir y cuantificar

Por establecer sistemas ligados al lenguaje matemático. Todo está lleno de porcentajes, medias, modas tablas que hacen un tortuoso camino burocrático de acercamiento a la verdad. Y cualquier camino que vaya a través de la burocracia es una bajada a los infiernos.

Habrá que asumir que ciertas cosas no se pueden saber, que ciertas cosas no se pueden medir o cuantificar de forma obsesiva objetiva y que el método científico tiene sus carencias. No se puede medir la cantidad de interacción, pero en ciertos entes materiales subyace una armonía poco explicable donde varias reglas aproximadamente encajan. Lugares solo medibles con «juegos de abalorios«, sin palabras, ni números, que puede que tengan una cantidad de arquitectura inconmensurable.

Y que maravillosa es la sensación de entrar en contacto con estos objetos y lugares que cada uno tenemos en nuestro ranking personal. La anteriormente mencionada cafetera, la armonía del patio de Comares, el sonido redondo de copas al chocar, un Citröen DS 19, los mirlos, el escritorio de San Jerónimo o los colores irisados de un azulejo cualquiera. Estos son lugares donde a mi entender dos o más disciplinas son capaces de interactuar, creando algo nuevo. Esos son algunos de los abalorios a los que de cuando en cuando vuelvo.

Menudo reto hacer un objeto de choque, una colisión de esferas de la que surja algo nuevo.

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